
6 de marzo, 2022
Por: Rodolfo Godoy Peña
El mundo ha tenido significativos progresos en cuanto a la lucha contra la discriminación, no solamente en las ostensibles mejoras de los sistemas legales que han ido avanzando en la inclusión de grupos históricamente vulnerados o invisibilizados; sino también gracias a campañas de concientización y a la modificación del discurso público en favor del entendimiento de que las personas distintas, diferenciadas por sexo, raza, idioma o religión, no son mejores o peores sino diferentes y, en la aceptación de que, al fin y al cabo, todos somos seres humanos y solo por eso valiosos en grado sumo.
Aún quedan remanentes de algunas exclusiones o desigualdades, pero muchas menos de las que grupos de izquierda radical enarbolan como bandera de lucha y que sirven más como telón de fondo para un libertinaje que como una racional lucha contra las desigualdades reales, llegando inclusive al extremo de exigir un rediseño de nuestro idioma con base en una supuesta discriminación sexista. Tomas Polanco Alcántara decía que “…La discriminación es una forma cruel de dañar a gente inocente.”. No le faltaba razón a este venezolano excepcional.
Y no cabe duda que es de una crueldad infinita el maltratar, minimizar, rechazar o aislar a una persona por una condición que lo hace distinto y de la cual no tiene responsabilidad como lo es el hecho de ser como es; porque, ¿qué culpa tiene un niño negro o qué hizo él para ser discriminado por su color de piel? No tiene ninguna responsabilidad por su origen étnico y, en todo caso, a él no le preguntaron de qué color prefería nacer.
Con presumible origen en el derecho romano se nos ha legado una locución latina que se ha ido incorporado a muchos sistemas jurídicos como parte del debido proceso: “in dubio pro reo”, para que en caso de duda en alguna causa acerca de la responsabilidad criminal de una persona, el juez, si no está absolutamente convencido de la culpabilidad del sujeto, deba fallar a su favor y absolverle.
Creo que esta máxima jurídica entraña una profunda lección de vida pues todos nos apresuramos desde la opinión – no desde la razón – a condenar a otros. Si el inculpado goza de la garantía procesal de que su conducta delictiva tiene que ser determinantemente probada y siempre estamos obligados a darle el beneficio de la duda, entonces se puede afirmar sin vacilación que es mucho peor, más infame, más brutal y feroz si aquellos a quienes castigamos, los sancionamos por unas condiciones de las cuales no son, ni puede ser responsables.
Las guerras exponen lo peor del hombre, porque toda guerra es inhumana, cruel y un atentado contra lo más esencial de la persona humana y, obviamente, la guerra en Ucrania no podía ser la excepción.
Toda guerra es la negación de la humanidad a despecho de los detractores de esta idea que intentan embellecer lo atroz con la noción de “guerra justa”, concepto medieval y en desuso del fraile católico Vitoria que fue totalmente abolida por San Juan XXIII en la Encíclica “Pacem in terris”; de aquí que haya que puntualizar que, por mucho que los contendores esgriman razones válidas para empezar a matarse entre sí y llevarse por delante la vida de otros, no puede haber justificación ni disertación “académica”, ni amparo “filosófico” y mucho menos aún ético sobre la sangre derramada por gente inocente. Toda guerra es “injusta”. No hay guerras buenas.
A esta tragedia que se vive en Ucrania con las bajas propias de un conflicto bélico se le tiene que sumar el odio cainita de una humanidad que está herida por el miedo y la desconfianza. Ya la guerra tiene su alta cuota de muertos, desplazados, mutilados y heridos como para que el resto intentemos azuzar una situación ya de por si infame; y que como si no fuese suficiente con todo el horror de una guerra, y con una visión pavorosa e irracional, la humanidad trate de aumentar el número de víctimas “civiles” en este conflicto. Inclusive matando a los muertos.
El hecho de que la Eurozona y el Reino Unido sigan enviando armas a los ucranianos -aun cuando sean para su ejército- no ayuda a resolver la contienda, porque es un bumerán. Europa no puede poner las armas para que los muertos los pongan los ucranianos, aunque esto no sea sino el intento enmascarado de lavar su culpa por haber avivado la llama de la guerra para después dejar “sola” a Ucrania, que no tiene forma ni manera de prevalecer en este conflicto. Sería muy trágico para todos reeditar un Afganistán europeo, y de allí que deban más bien acuerpar las negociaciones entre Rusia y Ucrania y no el conflicto.
Aun cuando podría ser natural que sus aliados envíen armas a Ucrania para defender su integridad política o territorial, se supone que esas armas serán utilizadas por quien está en capacidad de defender al país y que las utilizará para salvar su vida y repeler la agresión. Lo que en ningún caso está justificado es la discriminación cruel e inhumana que se le hace a los rusos por su nacionalidad.
Los rusos como pueblo no tomaron la decisión de hacer la guerra. Sufre tanto una madre ucraniana como una rusa por la muerte de cualquiera de sus hijos; de allí que sea un imperativo ético preguntarse: ¿Qué necesidad tenemos los demás de hacer sufrir a los rusos, inclusive fuera de su país, por la decisión de su gobierno de ir a la guerra, medida con la cual probablemente están en desacuerdo?
Este nuevo tipo de discriminación por “nacionalidad” es una manera refinadamente cruel que ha descubierto el hombre para seguir despreciando a sus iguales y de canalizar su miedo agrediendo al semejante solamente por el hecho de nacer en un lugar determinado. Es de la misma brutalidad con la que se actuó con la esclavitud.
Despedir al maestro Valeri Guérguiev, de la Ópera de Múnich o de la Scala de Milán por ser ruso es un despropósito. Pero la barbarie no queda allí: la Royal Opera de Londres canceló la gira del ballet Bolshoi, y el vodka ruso ha sido retirado de los anaqueles aquí en los Estados Unidos, cosa que afecta más al comerciante, que ya pagó la factura que a una fábrica en la lejana Kemerovo porque, ¿Qué culpa puede tener la bebida rusa de lo que pasa en Ucrania?
Pero el derroche de estulticia no es únicamente contra los vivos, sino también contra los muertos: la filarmónica de Zagreb removió a Tchaikovski de su repertorio y la Universidad de Milán-Biccoca suspendió una cátedra sobre Dostoievski. ¡Mayúsculo grado de estupidez y auténtico atentado contra el espíritu mismo de la universidad! Los nacionales rusos no pueden ser discriminados por un conflicto en el que también son víctimas.
Esto hay que detenerlo y ya hay gente trabajando en ello como es el caso de Elon Musk, quién se negó a “tumbar” la señal de los canales rusos de sus satélites en defensa de la libertad de expresión. Hay que propugnar el cese del conflicto y exigir que Occidente detenga el envío de armas, porque el hecho de que haya más muertos no “hará” peor a Putin. Inclusive todos podemos colaborar morigerando el tono de odio en las redes, pues al fin y al cabo no nos podemos permitir crear víctimas de este conflicto que lo sean simple y llanamente por el hecho de existir.
@rodolfogodoyp
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