
10 de junio, 2022
Por: Mercedes Malavé
Entre la desesperanza y el temor transcurre la vida de millones de venezolanos que padecen el “Vía Crucis” en sus catorce estaciones: desde la falta de servicios básicos, el deterioro de la vialidad, la falta de medicamentos y el alto costo de la vida, hasta el distanciamiento de los seres queridos, el chantaje, la persecución. No deja de sorprender cómo aún persisten, debilitadas, nuestras fibras democráticas, a tal punto que las encuestadoras todavía pueden indagar en el ánimo colectivo respecto a variables propias del sistema democrático. El resultado de esos estudios no deja de reflejar a una población desilusionada, hastiada y escéptica respecto al futuro de la nación.
De las conversaciones con múltiples actores de la vida nacional, desde la base de la pirámide socioeconómica hasta la cúspide, recorre en el ánimo de la nación un profundo miedo. Algunos le temen a lo que el gobierno les pueda hacer, dadas las múltiples experiencia vividas a lo Juan Bimba de Andrés Eloy: “Tenía veinte caballos; / la revolución le llevó diez, / para perseguirla, / el gobierno se llevó los otros diez; / y cuando no tuvo nada/ se lo llevaron a él”. En otros, el miedo es la expresión del desengaño: miedo a una nueva demagogia de cambio, miedo a volverse a embarcar en proyectos grandilocuentes y fallidos, miedo a obedecer indicaciones para seguir empeorando, como resultado de estrategias políticas cuyo saldo ha sido la destrucción.
Para que un proyecto político conquiste positivamente el espíritu democrático -ese Juan Bimba interior que se resiste a morir- debe ser capaz de superar la dinámica de la confrontación destructiva, proponiendo un mensaje responsable de unión y encuentro entre los venezolanos. El discurso del odio y la persecución no sólo atenta contra un proyecto inclusivo y plenamente democrático, sino también choca contra el mismo espíritu de supervivencia que alienta a cada uno a salir adelante en su país, enfrentando el temor y los obstáculos cotidianos.
Las experiencias de otros países que han superado situaciones de extrema vulnerabilidad política, económica y social, pueden servir de aliento e inspiración a la convicción de que nunca todo está totalmente perdido. En su discurso ante las Naciones Unidas, Juan Pablo II decía: “La humanidad debe aprender a vencer el miedo. Debemos aprender a no tener miedo, recuperando un espíritu de esperanza y confianza. La esperanza no es un vano optimismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado. Esperanza y confianza son la premisa de una actuación responsable y tienen su apoyo en el íntimo santuario de la conciencia”.
La esperanza actúa bajo formas de responsabilidad. Bellísima fórmula nos propone el Papa San Juan Pablo ll a los venezolanos de hoy, invitándonos a ser protagonistas del camino que conduce del temor a la esperanza. Responsabilidad para actuar de forma racional, realista y ponderada; para vencer el apasionamiento hostil y la pelea estéril. En ocasiones, las redes se muestran contrarias al ejercicio responsable de la ciudadanía; por eso, no viene mal dejarlas de vez en cuando y salir al encuentro de los padecimientos de nuestra gente. De cada recorrido por la geografía nacional queda un banco de imágenes tremendas de deterioro, abandono, enfermedad, hambre, soledad y miseria. Una conciencia despierta obliga a la responsabilidad a la hora de tratar a un enfermo malherido. Responsabilidad alegre porque, si hacemos las cosas bien, Venezuela, nación joven, puede salir adelante. Son inconmensurables nuestras reservas humanas y naturales.
Volver a las más auténticas y elevadas formas de ejercicio de la política, y demás virtudes de la convivencia civilizada, forma parte de ese derroche de responsabilidad que el país reclama con auténtica sed moral. Levantar las banderas de la ética de la responsabilidad en cada espacio, en cada rincón de participación ciudadana. Insistir en las enormes posibilidades de entendimiento mutuo, convivencia fraterna, superación de la pobreza con un proyecto socioeconómico adecuado. En definitiva, generar un creciente ethos de acciones edificantes que detenga esa enrarecida manía de destruir todo lo que contribuya al fortalecimiento de la sociedad venezolana, de las personas, de las instituciones democráticas: “la ciudadanía es una especie de saber artesanal, hecho de capacidades de diálogo, de mutua comprensión, de interés por los asuntos públicos y de prudencia a la hora de tomar decisiones” (Llano).
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