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Tolerancia cero

10 de julio, 2022

Por: Rodolfo Godoy Peña

El pasado 6 de julio monseñor Mario Moronta obispo de la Diócesis de San Cristóbal y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana ofreció unas declaraciones con ocasión del caso del sacerdote Luis Alberto Mosquera quien ejercía su curato hasta hace unas semanas en el estado Lara, al occidente de Venezuela.

El asunto es que en octubre de 2006 el clérigo Mosquera fue condenado penalmente por abusar sexualmente de un niño de 6 años y fue sentenciado a más de 7 años de prisión pero en 2008 fue sorpresivamente liberado y en la Diócesis de Barquisimeto se le permitió reanudar su trabajo como sacerdote y seguir trabajando con niños, todo lo cual quedó destapado a través de un trabajo de investigación que publicó The Washington Post , quienes además informaron sobre otras 9 denuncias que implican acusaciones de abuso sexual de menores en la iglesia venezolana.

En la mitad de los casos referidos en el reportaje, y que datan entre 2001 y 2022, el medio estadounidense encontró que muchos de los sacerdotes condenados fueron liberados antes del tiempo establecido en sus sentencias -o no cumplieron ningún tiempo en la cárcel- y en al menos tres casos se les permitió volver a sus actividades eclesiásticas.

Si bien se puede afirmar que las declaraciones de monseñor Moronta estuvieron bastantes alineadas con la nueva política establecida por el papa Francisco, no dejó de ser desconcertante el corolario de las mismas cuando criticó que no se investigue a otros entes «no solamente religiosos sino también profesionales, donde el número de abusos sexuales es mayor…/…No estoy justificando nada, sencillamente asumimos nuestra responsabilidad, pero hay otros lugares y otros sitios y otros ámbitos profesionales donde también se han dado estos casos y nadie dice nada”.

Para monseñor Moronta ciertamente no dejan de ser graves males la pedofilia y la pederastia que sacuden a la iglesia católica pero no desaprovechó la oportunidad para victimizarla y justificarla (“mal de mucho consuelo de tontos”) intentando presentarla como objeto de una campaña orquestada y en la cual, según su criterio, se exime a otros grupos que también cuentan con su cuota de criminales.

Es como si por el hecho de perseguir el delito en otros colectivos eso eximiera automáticamente de responsabilidad a su propia organización y a los obispos que se limitaron a cambiar de parroquia a los sacerdotes depredadores. Ese no es el problema.

Con el papado de Francisco la iglesia Católica entró clara y decididamente en una política de tolerancia cero” porque si bien es cierto que ser un pedófilo o un pederasta supone una patología mental, las acciones de esos curas enfermos no son simples “pecados” que deben tratarse con una reprimenda moral y una “penitencia” impuesta en el confesionario sino que por constituir sus acciones aborrecibles delitos los mismos deben ser castigados con todo el peso de la ley y tener como efecto inmediato su exclusión sin titubeos de las labores pastorales luego de cumplidas sus condenas para impedirle a esos sujetos seguir haciendo daño.

Un clérigo depredador que abusa de la inocencia de un niño o de un joven viola claramente todo lo que su ministerio representa por lo cual no pueden, ni proclamar el Evangelio, ni dedicarse al acompañamiento espiritual y, mucho menos, confiárseles que sigan en contacto con los grupos vulnerables; es decir que, al salir de prisión, deben ser apartados sin ambigüedades del ministerio activo.

Asumiendo que la preocupación de monseñor Mario Moronta es que estos casos no sigan dañando la credibilidad de la iglesia hay que decir que la solución no puede ser jamás “mirar para otro lado” sino que debe ser actuar con la valentía que demanda la “verdad”, asumir responsabilidades y poner los medios para evitar que estos execrables sucesos y su encubrimiento vuelvan a suceder nunca más. A la iglesia se le creerá más si combate frontalmente el problema que si evade sus responsabilidades porque, obviamente, esto no es “una campaña mediática diabólica” como algunos pretenden. Si ya es suficientemente malo que haya depredadores de sotana, es aún peor que personas con imperio hayan inmolado a las víctimas en aras de la reputación institucional.

Aun cuando pueda ser cierto que en muchos casos la actuación periodística no solo esté motivada por la intención de trasmitir la verdad sobre estos religiosos delincuentes sino que tal vez también haya la intención de desacreditar a la iglesia, la posición de los obispos y responsables debe estar en consonancia plena con lo que afirmaba el papa Benedicto XVI: “…debe quedar claro siempre que en la medida que es verdad, tenemos que estar agradecidos…/…solo porque el mal estaba en la iglesia pudo ser utilizado por otros en su contra”.  Y parece obvio lo que afirma el emérito pues los medios no hubieran podido informar sobre estos hechos si los abusos no se hubieran cometido.

Me permitirá monseñor Moronta hacerle una respetuosa corrección fraterna como miembros que somos de la misma iglesia y para ello me apoyaré en palabras de dos de sus hermanos en el episcopado. Uno, el arzobispo de Múnich cardenal Reinhard Marx, cuando afirma que: …jugar a la defensiva, banalizar o relativizar el problema no ayudará a reconquistar la credibilidad perdida”. El otro, el Obispo de Roma, cuando en un encuentro con seminaristas alguien le mencionó las estadísticas sosteniendo que un 70 % de los abusos sexuales se comenten en la familia u otros ambientes y que menos del 2% en grupos religiosos, a lo cual contestó sin matices el papa Francisco: “Alguien podría decir: “ah, es poco”. ¡No!, aunque fuera un solo sacerdote eso ya sería monstruoso.”

 

@rodolfogodoyp

 

El Reporte Global, no se hace responsable de las opiniones emitidas en el presente artículo, las mismas son responsabilidad directa, única y exclusiva de su autor.

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