Quixote caraqueño

12 de diciembre, 2021

Por: Rodolfo Godoy Peña

Un solitario hombre, con yelmo, armadura, lanza en ristre, sobre su montura contrasta erguido en medio de un camino de tierra y el fondo verde. Viene, apurando el paso, desde su encomienda en Baruta. La ciudad está desolada, los vecinos han huido en desbandada a ocultarse en los montes cercanos que circundan Santiago de León de Caracas al oír el toque de alarma que anuncia un ataque enemigo.

La ciudad está desprovista de defensa. Algunos hombres se han ido con el Capitán General Diego Osorio de Villegas hacia Maracaibo donde se espera el ataque de filibusteros ingleses; y es que los ingleses, después del desastre sufrido por la corona española con la Armada Invencible, se han aventurado de manera más atrevida en el Caribe. La reina Isabel, que no pudo ser depuesta por el rey español, emite “patentes de corso” a aquellos propietarios de navíos, con intenciones mercenarias, para atacar naves y ciudades en poder de España.

Una expedición corsaria comandada por sir Walter Raleigh ha zarpado desde Inglaterra, al mismo tiempo y con la intención de reunirse en el Caribe británico para engrosar las filas de los filibusteros, parten en otros navíos comandados por George Somers y Aymas Preston. La reunificación de las fuerzas mercenarias inglesas no se logra y Somers y Preston deambulan desde Trinidad por la costa venezolana, asolan Cumaná y así avanzan hasta que logran llegar al puerto de la Guaira.

Por su parte Coro había sido atacada y se espera el ataque contra Maracaibo, y es esta la razón por la cual Diego Osorio parte con el grueso de su ejercito a apoyar la resistencia en la costa occidental de Venezuela. Además, Caracas está a siete leguas del mar, a casi mil metros de altura y solo una ruta, – “Camino de los Españoles” – que puede ser fácilmente custodiado y vigilado -, es la entrada desde la costa al valle donde yace la ciudad. Caracas está protegida por el Ávila. Los pocos hombres que quedaron en la ciudad se apostaron a lo largo del camino que une a la ciudad con el puerto.

Los mercenarios han desembarcado en Macuto y toman el fuerte que custodia la Guaira y de ahí parten, por un camino secundario conocido por los indígenas de la zona rumbo a Caracas. Evitan el camino oficial que estaba custodiado por las fuerzas españolas y logran llegar a la ciudad sin ninguna resistencia. La fuerza corsaria la comanda el capitán Aymas Preston quien se hace acompañar de 50 filibusteros para la toma de la ciudad. Es el 8 de junio de 1.595.

Al llegar Preston se topa de frente con el caballero solitario que los espera para darles batalla; y el inglés, ante aquel evento y seguramente sorprendido por el quijotesco oponente, les pide a sus hombres que no le hagan daño y que no le disparen al orgulloso oponente. El defensor de Caracas es don Alonso Andrea de Ledesma, hidalgo y conquistador, quien participó en la fundación de El Tocuyo, Trujillo y Caracas; y que había combatido a Lope de Aguirre y a Guaicaipuro. Por los servicios prestados a la corona le fue otorgada la encomienda de Baruta, y fue también alcalde y oidor de Caracas.

Al grito de “Santiago y cierra, España” don Alonso arremete y se bate a mandobles con los invasores, hiriendo a varios ingleses lo cual obliga a Preston, finalmente, a dar la orden de dispararle. Cuando una vez abatido el valeroso contrincante le quitan el yelmo, lo primero que salta a la vista es su larga barba blanca; y es que don Alonso Andrea de Ledesma es un anciano que a la fecha tiene más de 70 años. Admirado por el valiente esfuerzo, Preston ordena que el cadáver de Ledesma sea llevado en su escudo y que reciba el honor de un héroe antes de ser enterrado.

Este evento histórico es el que rescata Mario Briceño Iragorry quien fue, sin lugar a dudas, uno de los mejores y más completos intelectuales que ha dado nuestro país para analizar nuestra venezolanidad y los desafíos que se le presentan como sociedad. En esa obra titulada “El Caballo de Ledesma” el autor nos deja saber que sobre lo positivo de los hombres ejemplares se hace fácil edificar una teoría que adoctrine al pueblo para el cumplimiento de sus grandes deberes”, porque es la emulación de los héroes lo que deja ejemplo a las generaciones venideras.

Este ilustre trujillano nacido en 1897 y quien tuvo destacada participación en la vida pública del país al unísono de una prolífica pluma, nos fue legando obras de una enorme importancia que explican nuestro origen y alertan sobre los peligros que corre nuestra identidad por la carencia de una revisión de nuestra historia, marcada por la falta de tradición republicana civilista y de honestidad pública.

El Dr. Briceño fue un impenitente propulsor de la necesidad de formación cívica y rectitud moral para fortalecer la incipiente democracia, pues como explica José Rodriguez Iturbe a efectos del trienio adeco siempre corremos: “…el riesgo era caer en los cepos de una nueva vanguardia iluminada, envuelta en su propio sectarismo.”

Hombre ilustrado, positivista y cristiano devoto, intentó estremecer las bases morales de nuestro pueblo desde la pluma y desde la acción política para rescatar lo que es verdaderamente valioso de nuestra identidad y lograr así el fortalecimiento de nuestra venezolanidad ante el avasallante progreso de la desfiguración transcultural. Es ante ese avance que Briceño Iragorry propone la exaltación de los héroes patrios, deslastrándose del corsé de la historia patria donde se desechan más de 300 años de nuestra historia como si la misma hubiese empezado con la independencia y no con la conquista.

Hay que repetirlo: tan heroico es Sucre como Ledesma; y debemos recordar que adolecemos de una falla de origen en tanto que nuestra herencia histórica ha sido cercenada intencionalmente para comprendernos como país, en una suerte de nación formada por caudillos, guerrillero y capitostes de pocos escrúpulos en el manejo del erario público. Muy por el contrario, para Mario Briceño Iragorry nuestra historia es mucho más compleja y esperanzadora que esa herencia militarista lo que hace que sea más imperativa esa profunda revisión como base fundamental para la construcción de la civilidad.

Pareciera que en la hora presente de nuestro país es muy conveniente volver a leer y cavilar a don Mario Briceño pues resulta un magnífico instrumento para recuperar la esperanza, ya que en estos tiempos de odios cainitas es imprescindible recobrar la lucidez de su mensaje. Volvamos a montar en el caballo de Ledesma.

@rodolfogodoyp 

 

  

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