
16 de diciembre, 2021
Por: Julio César Pineda
En este siglo XXI hemos pasado de la sociedad evolutiva a la realidad disruptiva de lo virtual con la robótica, la Big Data y la inteligencia artificial. Con el Covid-19 ya es una realidad el teletrabajo, la telemedicina y la teleducación. El internet y el internet de las cosas, constituyen elementos esenciales en la vida de los ciudadanos, especialmente en los países desarrollados.
El Derecho debe responder a estas nuevas realidades y ante el fenómeno de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), con la protección necesaria a los Derechos Fundamentales de la persona humana; tanto en el orden nacional con leyes y reglamentos como en el sistema internacional, con convenciones, tratados e instituciones multilaterales. Así ha procedido la Unión Europea a nivel comunitario y en las Constituciones de los veintisiete Estados, donde han buscado orientar y reglamentar las políticas públicas y privadas para el uso y manejo de estas tecnologías inclusive previendo los futuros procesos de las interfaces del cerebro y los ordenadores.
Esta era digital nos ubica en la Post-modernidad, en un nuevo ecosistema de usos y escalas, de inmediatez y cercanía y de plena información; esta aceleración de la tecnología y la búsqueda de resultado, hace realidad la superación del tiempo y del espacio, con aceleración numérica en sociedades complejas. Puede asimilarse a lo expresado por Zygmunt Bauman en la descripción de la Sociedades Liquidas, que impiden la estabilidad de la vida social por la incertidumbre y por la inmediatez de las decisiones. Para Bauman las personas renuncian con facilidad a la realización de una experiencia auténtica de libertad, se deja de lado la reflexión sobre valores como la verdad y la bondad, privilegiando la utilidad. El Estado ha ido perdiendo la gobernabilidad y la Nación su unidad y legitimidad, dejando todo al mercado digital, por eso la necesidad de la ingeniera y la arquitectura jurídica, tanto del Estado Nacional como Regional y Mundial.
Vivimos como lo señala el filósofo Byung-Chul Han surcoreano en un “Enjambre”. En esta realidad virtual se dicotomiza el mensaje del mensajero, despersonalizando al individuo. Somos un enjambre de personas aisladas sin alma y sin voz, donde solo se genera ruido en las diferentes redes. Este enjambre digital ha modificado el lenguaje, la cultura, las amistades y relaciones familiares. Ya no hay distancias físicas ni mentales, menos el contactó personal, ya no se mira a los ojos sino a la pantalla, donde la imagen no tiene temporalidad. El efecto socializante de la familia, de la escuela y de la fábrica se diluye en la telecomunicación donde lo fundamental es cazar la información al margen de la confirmación de la misma.
Uno de los de los grandes desafíos de la ciencia y de la tecnología hoy, es la dimensión ética y jurídica de los logros que el hombre ha conseguido con la revolución digital.
Filósofos y juristas tratan de profundizar en la complejidad de la inteligencia artificial y su relación con quien hasta ahora era el único actor en la interpretación del mundo y de sí mismo. Una máquina por perfecta que sea no podrá tener criterios éticos, imperativos morales, ni responder a normas jurídicas. Sería imposible atribuir a un robot una escala de valores y los juicios antinómicos del bien y del mal.
Los algoritmos que fundamentan la inteligencia artificial deben ser implementados dentro de valores y principios con las tres exigencias de libertad, justicia e igualdad. Vivimos en un nuevo ecosistema social, empresarial y educativo que necesita regulación en función del bien común y el desarrollo de la persona.
El Derecho en su dimensión ontológica nos presenta el desplazamiento de la realidad de lo analógico a lo virtual, pero siempre continuando todo en el mundo del ser y frente a la nada y dentro del tiempo. esto referido al marco Heideggeriano en su estudio de la existencia humana y en la historia del ser.
El fenómeno de las nuevas tecnologías obliga a la creación de un nuevo derecho con normativas expresas, pero siempre dentro del imperativo ético como conocimiento y praxis en la vida social y en la defensa de la persona humana. Debiera ser obligatorio en las facultades de Derecho comprender y valorar estas nuevas tecnologías, metodologías y conocimientos de los procesos de digitalización con sus logros y sus riesgos.
Las ciencias jurídicas tendrán que abrirse a los informáticos o los ingenieros de conocimiento legal, con el necesario puente entre lo jurídico y lo tecnológico. Las facultades de Derecho deben ponerse al día para los futuros juristas con el uso de la robótica, la Big Data y la inteligencia artificial.
El Nuevo Orden Internacional y los marcos jurídicos nacionales deben cambiar. El derecho Internacional y las legislaciones de cada Estado deben responder a los desafíos de esta era digital, con las exigencias propias del hecho jurídico en lo fenomenológico, epistemológico, normativo y axiológico.
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El Universal
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