
18 de septiembre, 2022
Por: Rodolfo Godoy Peña
El presidente Biden está bajo una inmensa presión. Se acercan las elecciones a mitad del mandato y aun cuando generalmente el partido gobernante suele salir derrotado en esas elecciones es para ellos importante que la derrota sea lo más leve posible. Es perder la menor cantidad de asientos en las Cámaras.
Aunque la concurrencia de votantes siempre es significativamente menor que en la elección del presidente, es para muchos y en todo sentido un referendo donde se medirá en una elección legislativa y a mitad del periodo presidencial (“midterm elections”) la actuación del poder Ejecutivo.
Biden ha ido logrando en las últimas semanas una recuperación en las encuestas: desde el mínimo de 36% en julio hasta un 45% en septiembre a pesar de que todavía lo amenaza la crisis económica en desarrollo. Estados Unidos entrará en su tercer trimestre con decrecimiento del PIB, que es lo que en el argot económico se conoce como “recesión técnica”, por mucho que los voceros del alto gobierno y de la FED se nieguen a usar el vocablo que, sin duda, es electoralmente pernicioso aunque sea inocultable que los ciudadanos de este país estamos padeciendo de una continua inflación, tipos de interés al alza y problemas persistentes en las cadenas de suministro. Uno de los elementos que ha impulsado la popularidad del presidente demócrata frente al difícil panorama económico es la reducción de los precios de la gasolina haciendo uso de las reservas estratégicas.
Con relación a su partido resultaba muy llamativo que el presidente Biden no había sido invitado por los candidatos de su propia tolda a acompañarlos en actos de campaña y era que para muchos de ellos el ser identificados con el presidente podía representar un lastre muy pesado para sus aspiraciones pero gracias a la mejoría de la percepción de la gente sobre el presidente esa posición ha cambiado y Biden ha empezado a participar junto a los candidatos demócratas en giras electorales.
Los republicanos por su parte aprovechan la “huida” de Afganistán, la inflación creciente y los “desvaríos” públicos del presidente Biden para exponerlo como un hombre débil a quien además señalan de tener una comprometida inclinación por la corriente socialista que hace peligrar los ideales más “puros” de la nación norteamericana; y resalta mucho que a esa campaña de identificación ideológica no solo concurra el partido de oposición sino que también se le suma el ala más extremista de su partido, para quienes Biden no es lo “suficientemente” socialista como para acometer los cambios profundos que necesita Estados Unidos sino que es un gobernante pusilánime que no termina de modificar el sistema.
Adicionalmente a esto en estas últimas semanas los gobernadores republicanos más radicales como lo son los de Arizona, Florida y Texas han puesto en práctica simultáneamente un procedimiento por medio del cual trasportan a los inmigrantes ilegales hasta ciudades como Washington, Chicago y Nueva York en respuesta a la política “blanda” migratoria que implementa el gobierno demócrata en clara contraposición con el endurecimiento que había llevado a cabo el presidente Trump; y aunque a los gobernadores de esos estados no les falte razón en su exigencia de reubicación de inmigrantes ilegales pues no por ser los suyos estados fronterizos deben cargar con todo el peso de lo que significa este masivo movimiento migratorio, no deja de ser cierto que con ello avivan la llama de la división en el seno de la sociedad norteamericana.
El tema migratorio en el debate político norteamericano siempre ha tenido un lugar preponderante pero en la actualidad electoral toma un cariz de conflicto terminal entre los supremacistas blancos identificados con los republicanos y el crisol de razas defendido por los demócratas. Esta cuestión, con sus derivaciones religiosas, culturales y sociales podría convertirse para la sociedad norteamericana en el disparador de un conflicto interno como lo fue en su oportunidad la esclavitud.
En el ámbito internacional, y frente a la pérdida de la hegemonía de Estados Unidos en el concierto global, la administración Biden está llevando la peor parte. Aun cuando el deterioro de esa superioridad ha sido lento y progresivo y se inicia desde tan temprano como en el gobierno de Bush hijo, ninguna administración posterior tuvo que enfrentar un mundo que desafía abiertamente ese predominio, bien sea en Europa con el formidable empuje de la alianza chino – rusa, o bien sea en América Latina donde ya prácticamente no van quedando aliados de peso para la Casa Blanca.
Es en este marco electoral y de la necesidad de la administración Biden de desmarcarse del calificativo de frágil e “izquierdoso” el ambiente en el cual se producen las amenazas contra el gobierno venezolano vertidas por el subsecretario de Estado de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian A. Nichols, ante una Comisión del Congreso norteamericano. El cuestionamiento de los senadores Meléndez y Risch sobre la actitud de la administración Biden con el gobierno de Nicolás Maduro se debe fundamentalmente al momento electoral y, obviamente, el funcionario de la Secretaría de Estado responde consciente del mismo contexto.
El mundo en general, y el gobierno norteamericano en especial, enfrentan un reacomodo basal del mercado energético mundial. Para Europa se avecina el primer capítulo de su propio #GOT (Winter is coming) sumado a una inestabilidad política y social producto de unas sanciones contra un gigante petrolero que le hacen más daño al que las utiliza que al que se le aplican. Europa no únicamente encara un desastre económico sino algo mucho más grave: enfrenta un cuestionamiento de sus propios ciudadanos sobre el liderazgo y sobre la democracia.
Es frente a ese panorama que resulta tan necesario para Estados Unidos volver a activar las palancas petroleras del “eje del mal” porque si bien es cierto que ha logrado disminuir los precios de las gasolinas fundamentalmente usando las reservas estratégicas a un ritmo sin precedentes, esto es finito y su producción interna está en su límite máximo; y mientras el gobierno ruso redujo sus ventas a Europa en un 63% las ha aumentado en un 55% hacia China, India y los países Indopacífico. La OPEP, por su parte, se niega a aumentar de manera sustancial su producción y la India aprovechando el descuento y las sanciones a Rusia le vende a Europa el petróleo a precio máximo: es decir que Europa pasó de obtener importantes descuentos de su principal proveedor a pagar el mismo petróleo ruso triangulado por la India pero mucho más caro.
El gobierno de Venezuela no está desesperado por entrar en el dispositivo geoestratégico petrolero de Estados Unidos lo que en realidad sucede es que el gobierno norteamericano tiene la necesidad acuciante de comprar mucho más petróleo pero está en un momento electoral delicado en el cual tiene que venderle a su propia gente un discurso “duro” frente a las elecciones de noviembre y Venezuela es un buen comodín retórico.
Maduro lo sabe bien y por eso es que hace caso omiso de las “amenazas” del subsecretario norteamericano; recibe al Secretario General de la OPEP; no regresará a México pues no tiene necesidad de hacerlo; hace alarde del multilateralismo con los iranies y, en todo caso, esperará sin impaciencia a que pasen las elecciones de medio término para seguir avanzando en las negociaciones directas con los Estados Unidos.
@rodolfogodoyp
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