
16 de julio, 2022
Por: Rodolfo Godoy Peña
A la par que se desarrollaba la IX Cumbre de las Américas en la ciudad de Los Ángeles el presidente Nicolás Maduro iniciaba un periplo de once días a la región euroasiática que incluyó visitas a Turquía, Argelia, Irán, Kuwait, Azerbaiyán y Catar.
Para algunos analistas la gira se llevó a cabo como respuesta de despecho ante el desaire de Washington al no invitarle a la Cumbre de Las Américas, pero esa explicación parece muy poco plausible puesto que Maduro fue recibido por todos los mandatarios de los países visitados y eso en términos diplomáticos no se logra con una llamada de Cancillería para formular una “auto-invitación” con 72 horas de antelación.
Tal vez Caracas hubiese podido lograr de forma exprés concretar la visita de Estado a uno de esos países, pero no a 6 naciones; es decir, esa travesía del presidente venezolano estaba organizada con suficiente antelación y no pareciera haber tenido como condicionante la asistencia a la Cumbre en Los Ángeles.
Probablemente si el presidente Biden hubiese decidido invitar a Nicolás Maduro a la Cumbre en busca del acercamiento energético tan necesario para el mundo occidental en este momento, habría sido el presidente de Venezuela quien hubiese desairado al norteamericano no asistiendo y alegando para justificar su inasistencia, por ejemplo, que no se había invitado también a Cuba y a Nicaragua.
Y ese desdén de Maduro no hubiese sido únicamente por el efecto político, rencor o en ejercicio del principio de solidaridad continental con otros países, en el fondo, la decisión de Maduro de emprender la gira euroasiática es la manifestación práctica de la política exterior largamente cultivada por Venezuela de alejarse de la hegemonía en declive de la superpotencia del Norte para acercarse al mundo multipolar emergente que se está gestando con el alumbramiento de un nuevo orden mundial.
Para el gobierno venezolano no parecía tener sentido asistir a una reunión en el país que más ha castigado a Venezuela con medidas coercitivas cuando tenía la oportunidad de ir a agradecerle al gobierno iraní su ayuda en materia de suministro de gasolina en los momentos más acuciantes de las sanciones occidentales; o al presidente Erdogan por no haber interrumpido el suministro de medicinas y alimentos en los períodos más comprometidos de las sanciones contra el pueblo venezolano.
Según el padre del Realismo Político el historiador ateniense Tucídides en su obra “Historia de la guerra del Peloponeso” y en abierta contraposición a los logógrafos liderados por Heródoto, la actuación en política a nivel internacional obedece a que los Estados son las unidades claves de acción y que éstos piensan y actúan movidos por un interés que se traduce en poder, ya sea como fin en sí mismo o como medio para alcanzar otros fines; y que sus comportamientos son regidos por criterios razonados basados fundamentalmente en dos elementos: la evidencia y la razón con el fin de acrecentar el poder y donde las motivaciones del gobernante y sus tendencias ideológicas son inservibles para estudiar o analizar la política internacional que llevan a cabo.
Es este momento se desarrolla, siguiendo a Tucídides, un rápido cambio en el balance de poder entre dos superpotencias rivales, una establecida y la otra emergente; el mundo vive un cambio estructural de los contrapesos por el control de la hegemonía mundial, algo que obviamente Maduro en su larga experiencia como diplomático y luego como presidente sabe bien porque el cambio se avizora indetenible, sin omitir que tanto Chávez como él ya habían trabajado durante muchos años en la tarea de alinear a Venezuela con la nueva configuración de la política internacional, multipolar.
La supremacía de una potencia se refleja en tres aspectos prioritarios como lo son el institucional, el militar y el económico y en los tres frentes Estados Unidos de América afronta un debilitamiento evidente que hace suponer un cambio inexorable en su superioridad mundial con el nacimiento de una nueva potencia formidable personificada en China.
En el aspecto institucional hay signos indiscutibles del declive como lo fue el desplante de muchos países de América frente a la Cumbre de Los Ángeles lo que nos empuja a concluir que el Tío Sam ya no mete miedo en “la comarca”. Adicional a eso y a despecho de la reciente visita del presidente Biden a Arabia Saudita la OPEP sigue negada a aumentar la producción petrolera, a todo lo cual habría que sumarle la fractura dentro del seno de la Unión Europea que hace barruntar la rotura irreparable que puede sufrir esa alianza sin que la Casa Blanca goce ya de la influencia ni de la autoridad política para evitarlo. Esto sin contar con la ineficaz alianza pacifica liderada por los norteamericanos que ha palidecido frente a los acuerdos de la región con China.
Desde la perspectiva militar -y a pesar de haber fomentado “Occidente” una guerra proxy contra Rusia usando como peón a Zelensky- el conflicto en Ucrania ha dejado claramente al descubierto que del otro lado hay una potencia que los supera en armamento nuclear y en efectivos lo cual es razón más que suficiente para evitar ir a una conflagración directa con el Kremlin; pero lo más dañino de todo para los norteamericanos está siendo la derrumbe que va logrando Putin – intencionalmente y orquestado con China – de su hegemonía económica debilitando a su vez financiera y políticamente a sus socios estratégicos en Europa quienes se están ahogando en sus propias contradicciones y torpezas.
Y, por último, en lo económico, con el cambio del patrón dólar, el fortalecimiento del rublo, la depreciación del euro y el aumento de la capacidad productiva de China, el desaguisado no es menor y Estados Unidos va a la defensiva del gigante chino quien aliado con Rusia, Eurasia, los países del sureste asiático, India y el Medio Oriente forman un bloque que se deslastra económicamente de los norteamericanos. El presidente Trump consciente de esto ya le había declarado la guerra económica a China, pero la torpeza de Occidente y su “irrealismo” político los llevó a concluir erradamente que la guerra en Ucrania era solo militar y que podían desangrar a Rusia sin consecuencias, es lo que ha hecho no solo que el Kremlin esté ganando bélicamente este conflicto, sino que China lo haga al mismo tiempo económicamente usando como punta de lanza a Rusia para sustituir al dólar.
Nicolás Maduro sabe que el cambio de hegemonía es irreversible porque el Nuevo Orden Mundial ya llegó y por eso se pliega al bando que se presume vencedor sin romanticismos ideológicos de ningún tipo: “…hemos venido porque creemos que se está iniciando una nueva etapa en la humanidad. Hemos venido a compartir nuestras ideas, nuestra visión de la geopolítica mundial con líderes fundamentales de toda esta importante región del mundo” ledice sin ambages al periodista de Al Jazeera.
A la par Maduro desafía abiertamente la posición de los norteamericanos en muchos aspectos, por ejemplo cuando aúpa la posición nuclear de Irán, o cuando en Argelia conversa con el presidente Tebboune sobre la ayuda que se debe aportar al pueblo palestino para la construcción de “su propio Estado con capital en Jerusalén”, sin importar que en Caracas se reciban sucesivas visitas y acercamientos de autoridades norteamericanas que entrampadas en sus vaivenes electorales no terminan de disponerse a atraer a Venezuela a su dispositivo geopolítico ahora que les es más necesario ya que siguen supeditando sus intereses a eventos electorales llenos de fanatismo y carentes de realismo.
Estados Unidos seguirá siendo una potencia, lo que está en mengua es su hegemonía, tal vez deberían enfocarse en cultivar una relación de respeto y cooperación en condiciones de igualdad con América Latina –sin exclusiones- porque más temprano que tarde será definitivo que en su antiguo “patio trasero” se produzca un desplazamiento irreversible de toda la región frente a la nueva realidad.
@rodolfogodoyp
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