
12 de febrero, 2022
Por: Rafael Simón Jiménez
El plan hegemónico, de poder a tiempo indeterminado, fue trazado por Hugo Chávez desde su llegada al gobierno en 1.998, y delineado con mayor claridad a partir de la colonización absoluta de las instituciones del estado alcanzado a mediados de la primera década del siglo XXI, y de la tutela, inspiración e inherencia total de la dictadura cubana en los asuntos Nacionales.
Ese plan al calco fiel de la longeva tiranía antillana, requería como pre requisito la demolición de las organizaciones políticas y sociales, la denominada hegemonía comunicacional que descansaba en el fomento de medios de comunicación oficiales, legislación restrictiva de la libertad de opinión e información, un aparato represivo que oscilara entre lo cruel y lo sofisticado, progresiva limitación de las libertades públicas, y la consolidación de un estado terrorífico que con sus acciones vandálicas inspirara el miedo, y a través de este inhibiera la capacidad de protesta y movilización de la ciudadanía.
Pero también y como factor preponderante de ese plan de control absoluto del poder, estaba el dominio de la economía del País, lo cual debía edificarse sobre la hipertrofia de la presencia del estado en cada vez mayores áreas y actividades, y la generación de un clima hostil para la economía privada, principalmente de capital nacional, lo que amén de hacer más dependientes a los venezolanos del Estado, eliminara cualquier contrapeso o influencia de los sectores capitalistas presentes en el comercio, la industria , los servicios, es decir en la generación, importación y distribución de bienes y servicios.
A ese plan macabro de destrucción deliberada del aparato económico, concurrieron dos factores puestos claramente en escena: en primer lugar la bonanza petrolera, determinada por el más largo ciclo de altos precios petroleros, que le permitió a Hugo Chávez disponer de cuantiosos recursos , facilitándole no solo grandes importaciones de bienes y servicios a precios subsidiados por la sobre valoración del tipo de cambio, sino además la implementación de mecanismos asistencialistas de redistribución de los ingresos petroleros, que le facilitaron mejorar circunstancialmente, la situación de los venezolanos y especialmente de su clientela política.
Al amparo de aquella prolongada Bonanza, Hugo Chávez, golpeó inmisericordemente al sector productivo privado, fueron los tiempos de las expropiaciones, confiscaciones, invasiones y demás modalidades de un extenso catálogo para achicar al máximo el peso y la influencia del sector privado, impidiendo que este, en ausencia de la actividad política aminorada por sucesivos golpes represivos y electorales, la destrucción del movimiento sindical, el estrechamiento de las expresiones de la sociedad civil, pudiera convertirse en factor de contrapeso a sus planes de dominio absoluto del poder.
Echando mano a ideologías y experiencias comprobadamente fracasadas, Chávez desempolvó una monserga Socialista, que en su caso de adicto patológicamente al poder, únicamente le interesaba para liquidar a todos los factores que pudieran dificultar su ambición de mando. Solo que su ilusa idea de su “longevidad e inmortalidad “y la caída abrupta de los precios petroleros, abatidos por estrategias tecnológicas y geopolíticas, terminaron por demostrar lo que todo el mundo sabía: que las economías planificadas, burocráticas, centralizadas y estatistas, solo podían conducir al desastre, carcomidas por una mezcla siniestra de ineficiencia, negligencia y sobre todo de una himaláyica corrupción sin precedentes en la historia venezolana.
Los dos cimientos, sobre los cuales Hugo Chávez había fundamentado su estrategia de destrucción y colonización de la economía Venezolana, en función del control hegemónico y perpetuo del poder, pronto se vieron periclitados, cuando una muerte prematura despertó al jefe de la Revolución Bolivariana de su sueño de inmortalidad, y casi en simultaneo la caída precipitada e indetenible de los precios del petróleo y por tanto de los ingresos del fisco nacional, que puso, como había sucedido con anterioridad tantas veces, en evidencia lo transitorio y volátil de cualquier estrategia económica fundamentada en los precios petroleros.
Dios, seguramente le ahorró a Hugo Chávez la eventualidad de contemplar la ruina, el desastre y la destrucción, resultantes de toda su anacrónica y perversa visión económica, pues habiendo corrido “la arruga “, e incluso endeudado al país irresponsablemente para poder ganar su última elección en Noviembre del 2.012, como lo denunció su otrora mentor y tutor Jorge Giordanni, le había dejado al heredero proclamado in articulo mortis, Nicolás Maduro, una situación harto comprometida, que solo podría ser superada con un viraje, un Golpe de Timón, en la dirección de las reformas económicas destinadas a corregir el modelo económico causante de las graves distorsiones presentes en la economía, y que ya asomaban las funestas consecuencias que traerían – de no enmendarse-para la vida de los venezolanos.
En 2.013, cuando Maduro logra imponerse estrechamente en disputados y cuestionados comicios, todavía la economía y sobre todo las finanzas públicas venezolanas, tenían un amplio margen de maniobra, para soportar los cambios y reformas en la dirección adecuada.
Para entonces todavía no era tan notorio el daño que la partidización, la desnaturalización de sus funciones y sobre todo la corrupción, habían ocasionado a PDVSA, y su producción a pesar de la baja en los precios se mantenía en niveles relativamente altos.
En esa coyuntura, Venezuela poseía aún un importante caudal de reservas internacionales que le permitían atender puntualmente el pago de su deuda, apuntalar el valor del Bolívar y sostener un nivel relativamente alto de importaciones, y además, no pesaban sobre nuestra economía sanciones que limitaran el acceso a los mercados financieros, ni al comercio internacional.
Lejos de entender y atender a la gravedad de la situación, que iba a generar una de las más grandes crisis humanitarias en América Latina, la nueva administración, con Nicolás Maduro al frente, Perseveró deliberadamente en los errores y anacronismos, negándose de plano a cualquier corrección en una economía y un país, que hacian aguas.
La frase famosa del hoy difunto profesor Aristóbulo Izturiz, afirmando que “si el control de cambios se suspendía, el gobierno se caía” fue el testimonio de la manifiesta intención de persistir y perseverar en la política de controles, intervención económica, ausencia de seguridad jurídica, limitación de libertades económicas, atropello a los sectores productivos, que junto a una adversa situación internacional terminarían generando una tormenta perfecta de hiperinflación, decrecimiento económico, pérdida de empleo, y todas sus secuelas y consecuencias traducidas en pobreza, hambre, desatención de servicios básicos, virtual desaparición del Bolívar, y sobre esa tragedia, una aun peor, la huida desesperada de millones de Venezolanos al exterior, en una diáspora desordenada en búsqueda de subsistencia frente a la imposibilidad de poder generar ingresos mínimos en Venezuela.
Venezuela, y sobre todo la persistencia de una política económica errática y ruinosa, se convirtieron en tema de estudio, en sectores especializados, imposibilitados de comprender las dimensiones de un disparate económico capaz de consumir en cinco años consecutivos más del 60% del producto interno Bruto, o de reeditar y llevar a niveles nunca antes conocidos la escalada de precios que batió todos los records inflacionarios del pasado, e hizo reaparecer un mal que habiendo sido común en otros tiempos, se había resuelto con recetas económicas sensatas y pragmáticas.
Rendidos frente al desbarrancamiento económico y social, producto de los auto diagnosticados males de la ineficiencia, el burocratismo y la corrupción, y viendo la pérdida acelerada de popularidad de un gobierno, que manteniendo verbalmente el discurso a favor de los más pobres, los estaba materialmente matando de hambre; el régimen, de manera tardía, parcial, desordenada e incoherente, comienza lo que pudiera generosamente calificarse de “rectificación económica” con medidas aisladas y espasmódicas, la mayoría de ellas sacadas del viejo recetario neoliberal que influyó los programas de ajuste estructural de los 80 y 90 bajo los paradigmas del Fondo monetario Internacional y el tan demonizado “Consenso de Washington “ y que si bien muchos de ellos apuntan sencillamente a la sensatez económica, no es menos cierto que sus efectos profundizan la pobreza, la desigualdad, la inequidad y la injusticia , castigando inmisericordemente a los sectores más desprotegidos y vulnerables.
Rendirse frente a la evidencia de una economía dolarizada por los ciudadanos, ante la evaporación de cualquier capacidad adquisitiva del Bolívar, abrir el mercado nacional a importaciones masivas, con arancel cero, que coloca a los industriales y productores nacionales ante la imposibilidad de cualquier competencia, restringir al máximo el crédito Bancario, imponiendo limitaciones extremas al sector financiero.
Consagrar la desaparición del salario, especialmente a funcionarios públicos y pensionistas, el alza generalizada de impuestos y tasas de servicios, la clásica receta monetarista para derribar la hiperinflación por la vía de la caída del consumo, y el fomento de las “burbujas comerciales”, que más que al modelo de mercado Chino, recuerdan los tiempos de las mafias que se apoderaron de la economía Rusa luego del derrumbe de la Unión Soviética, y que por cierto han sido priorizados y privilegiados en adjudicaciones y asociaciones con empresas del Estado como Agro patria y lácteos los Andes.
La “transición al Socialismo” tan voceada y gargareada, en la monserga seudo revolucionaria de quienes ocupan el poder, ha terminado adscribiendo de manera desordenada y caótica, sin formar parte de un plan coherente de reformas económicas, a lo peor del llamado “capitalismo salvaje” que entre otros efectos trágicos trae la total depauperación de la ya empobrecida y hambreada población venezolana, cuyo nivel de pobreza supera el noventa por ciento.
Sin pudor, ni remordimientos de ningún tipo, luego de haber arruinado, demolido y saqueado el tesoro público y la economía venezolana, la cúpula de Miraflores, plantea un recetario de remedios, que sin atender la situación económica, salarial y social de la mayoría de la población resultan “peor que la enfermedad “.
Demostrando carencia de escrúpulos, sensibilidad y convicciones, los mismos que aún siguen hablando de transición al socialismo, son capaces sin que se les mueva un musculo de la cara, de implementar medidas que harían ruborizar de vergüenza al más despiadado y avaro de los capitalistas.
@RafaelSimonJim1
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