La envidia de Hitler

28 de agosto, 2022

Por: Rodolfo Godoy Peña

Las guerras siempre amparan atrocidades, toda vez que suponen la supresión de todo derecho humano con base en el uso de la fuerza y de la violencia contra el prójimo en función de la defensa de unas ideas políticas o económicas que pasan a ser más importantes que la vida misma.  Es la incivilidad la que prevalece.

Uno de los eventos más crueles de la Segunda Guerra Mundial sin soslayar la pérdida de más de 55 millones de vidas humanas – ya de suyo un dato escalofriante acerca de lo que es capaz de hacer el hombre cuando se deshumaniza – fue la política eugenésica del régimen nazi; y es que las guerras vividas por la humanidad han tenido las justificaciones más absurdas: desde matar a otros seres humanos en nombre de Dios hasta el fatuo motivo de hacerse con más territorio a costa de la sangre de los vecinos; pero la “higiene racial” como leitmotiv para exterminar a otros seres humanos que no eran parte del conflicto bélico es una descomunal ignominia y es lo que hicieron los nazis contra grupos enteros fueran estos judíos, romaníes, homosexuales, retrasados mentales, enfermos incurables, tarados, débiles, ancianos, niños deformes, etc., todos considerados un lastre para la sociedad.

La depuración racial que se aplicó en la Alemania del Führer no solo se llevó a cabo con campos de exterminio, sino que se intentó también controlar la prevalencia de una raza suprimiendo desde la concepción a otras razas y a los sujetos “inferiores” a través del asesinato de los nonatos, para lo cual el régimen nazi aprobó la legalización del aborto en Alemania y en los territorios ocupados desde el año 1935.

Esta “purificación” social no es nueva, ni es una teoría iniciada por los pensadores del tercer Reich. Ya el erudito y clérigo anglicano Thomas Robert Malthus había formulado sin prueba alguna su teoría según la cual mientras el crecimiento de la población se producía de manera geométrica, el incremento de los medios de subsistencia lo hacía a ritmo aritmético y por lo cual invariablemente la pobreza no dejaría de crecer.  No conforme con eso, y tomando como peana la teoría del “Bien Mayor” del utilitarismo ético, Malthus logra ser el ideólogo en 1834 de una reforma en Inglaterra a la legislación de origen medieval tardío denominada “Poor Laws” y que tenía como objetivo combinar el alivio a la indigencia con medidas disciplinarias y punitivas contra los pobres pues a estos se les consideraba un obstáculo para la prosperidad de la sociedad ya que consumían recursos que debían ser dirigidos a los seres más “aptos” para la supervivencia. Es decir, terminar con la pobreza para Malthus era tan sencillo como extinguir a los pobres dejándolos morir, o impidiendo su reproducción.

El eclesiástico Malthus en sus ensayos económicos – abundantemente regados de citas bíblicas y de teología, llega a afirmar: Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y si la sociedad no necesita su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra). En el gran banquete de la Naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La naturaleza le ordena irse…. Huelga decir que no deja de ser conmovedor observar como este “hombre de Dios” aplicaba la caridad cristiana, y tampoco olvidar que en una crítica visionaria Karl Marx refutó a Malthus anticipando que el progreso en la ciencia y la tecnología permitirían el crecimiento exponencial de los recursos.

Esta eugenesia teórica del campo económico expuesta por Malthus tuvo un aliado formidable más entrado el siglo XIX con la aparición del darwinismo social que aplicaba los conceptos biológicos de la selección natural y la supervivencia del más apto en la sociología, la economía y la política, expandiendo por el mundo la visión de que habían seres humanos que por su raza, etnia, religión, defectos o inclinación sexual debían ser suprimidos en aras del mejoramiento y el perfeccionamiento del mundo; es decir, la justificación teórica perfecta para el exterminio de grupos humanos con la excusa del “bienestar” de la sociedad.

Aun cuando hubo disidencia entre los promotores del darwinismo social sobre los métodos aplicables para “ayudar” a la naturaleza a lograr la selección, a todos ellos les era común el nacionalismo, el autoritarismo, la homofobia, el racismo y el fascismo. Afirmaban: “…hay razones para creer que la vacunación ha preservado a miles de individuos de constitución débil que anteriormente hubieran sucumbido a la viruela. Así los miembros débiles (pobres, judíos, negros, homosexuales, etc.) de las sociedades civilizadas propagan su linaje. Nadie que se haya ocupado de la cría de animales dudará que esto tiene que ser muy nocivo para la raza humana. No deja de ser revelador la visión de estos científicos sociales de parear a la humanidad con una piara, aunque facilita comprender por qué cuatro de los hijos de Darwin pertenecieron a la sociedad eugenésica.

Por su parte, unos años después, la norteamericana Margaret Sanger en su libro “El Eje de la Civilización” afirma: Mas niños de los capacitados, menos de los incapacitados. Esa es la esencia del control de la natalidad, porque para Sanger los no capacitados eran todas “las personas no arias” que pertenecían a lo que denominó “razas disgénicas” (Europa del este y negros) que según ella eran “una gran amenaza biológica para el futuro de la civilización y merecen ser tratadas como criminales”.

La enfermera Sanger fue más allá de la escritura y para evitar tener que justificar sus teorías delictuales – ya que asesinar a otros seres humanos por una condición de la cual no son responsables es homicidio como lo fue el holocausto en la época nazi-, esta activista decidió emplear métodos más sigilosos y arteros mediante los cuales aplicar la eugenesia desde el inicio, desde la concepción, asesinando a los no – nacidos y para lo cual fundó en 1916 la cadena de clínicas abortivas “Planned Parenthood Federation of America” (PPFA). Hay que reconocer que Occidente ha estado ejecutando decididamente las teorías raciales hitlerianas llegando al punto de que prácticamente no existen personas con discapacidades congénitas, tanto así, por ejemplo, que en Estados Unidos son abortados 9 de cada 10 nonatos con síndrome de Down.

Hitler envidiaría y vería con mucha satisfacción la selección natural de los “indeseables” a la cual está siendo sometida la humanidad al amparo del supuesto “derecho” que tienen las mujeres de asesinar a sus hijos, toda vez que en la actualidad es más fácil abortar que comerse una hamburguesa o tomarse un capuchino: para el año 2019 había en el mundo 50.531 clínicas abortivas de PPFA pero solo habían 38.695 Mc Donald´s y 31.256 cafeterías Starbucks. El primer centro de PPFA fue fundado en el corazón de un barrio negro de Brooklyn pues el aborto era el método eugenésico más efectivo y no criminal con el fin de reducir la “creciente ola de color” en las calles de Norteamérica. Se cumplían así los sueños más febriles de los eugenistas de principios del siglo XX.

Otro dato muy relevante es que el 70 % de las clínicas dirigidas por PPFA aquí en Estados Unidos están ubicadas en barrios de mayoría negra o hispana, tanto así que por cada tres bebes negros concebidos, dos son abortados; y según cifras del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, agrupados por códigos postales demuestran que las tasas de aborto son significativamente mayoritarias en sectores donde viven minorías; es decir que el mundo moderno, siguiendo a Malthus, a Hitler o a Sanger, está acabando con la pobreza asesinando a los hijos no nacidos de los más desfavorecidos, o por el color de su piel, o por su origen étnico.

Hay que detener esto. El mundo no puede hacer un valor de algo que lo deshumaniza y que atenta contra su propia dignidad. No puede haber un principio rector donde se asesinan niños nonatos con la falsa excusas del “bien colectivo” porque la humanización del hombre para alcanzar su plenitud está en la compasión, en el vivir gregario de ayuda mutua y en la cooperación para que cada uno dentro de sus límites alcance su máximo esplendor como persona.

@rodolfogodoyp

 

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