
30 de enero, 2022
Por: Rodolfo Godoy Peña
Vivimos en una sociedad en la cual estamos sometidos a la “maldición” de la felicidad. La cuestión inveterada de la felicidad, que les ha quitado el sueño a los grandes pensadores de la humanidad, se ha convertido – a pesar de las tentativas repuestas de esas grandes mentes – en un suplicio de la modernidad, en un gulag del pensamiento, en el eje martirizante del hombre actual.
Todos queremos ser felices porque el hombre intrínsecamente quiere ser feliz, pero la felicidad no es simplemente una sucesión interminable de emociones placenteras, sino que más bien esa sucesión está destinada a ser un camino de hastío o de aburrimiento que suprime “la alegría de vivir” Savater dixit; y es que a fuerza de no pensar, de empacharnos de fórmulas y clichés impuestos o autoimpuestos, vamos dejando de lado lo realmente importante gracias a que se ha erigido la dictadura de la acción frente a la reflexión; esa dinámica que algunas veces he llamado la sociedad “turbo” y que no es otra cosa que la del culto a lo momentáneo, la de la prioridad a lo inmediato que termina, invariablemente, demoliendo la capacidad de pensar, del arte de la cavilación.
El boom de la autoayuda es tal vez el signo más evidente del aborregamiento y de la fórmula instantánea para enfrentar los grandes retos de la vida. Nuestra sociedad está ávida de “fórmulas” o “instrucciones” para abordar la felicidad, el amor, el dinero, la muerte, la pérdida o el dolor, como si del armado de un mueble de IKEA se tratase: “calce la pieza A de la fig.01 con la pieza E” haciéndole creer a muchos que los grandes temas que nos afectan a todos los hombres se pueden resolver viendo tutoriales en YouTube.
Montañas de literatura de un engreimiento asombroso sostienen que se puede conseguir cualquier meta que nos propongamos, incluso la felicidad o paliar el sufrimiento que nos invade cuando no la logramos, y como la tarea es tan sencilla, dicen, entonces se nos brindan fórmulas de cómo ser “feliz” en siete pasos y a un precio muy solidario. Pero, a pesar de todo esa explosión de métodos y recetas, a todos nos sigue apremiando la necesidad de pensar por cuenta propia: “…de manera sibilina la sociedad se somete al imperio de las emociones y de la hiperactividad impulsada por un ejército de aliados como el mindfulness, el coaching, la meditación trascendente, la psicología positiva o el yoga…” según recuerda el filósofo José Carlos Ruiz.
Pero no, la felicidad no se alcanza ordenándola por Amazon, sino que hay que atreverse a pensar críticamente sobre la vida, sobre su sentido y sobre nuestro propio destino. Lamentablemente nos negamos a pensar pues es más fácil dejarse arrastrar por soluciones condicionadas por otros que cargar con el peso que conlleva pensar por nosotros mismos, y obviamente, ese “pensar por nosotros mismos” no se refiere a divagar sobre la “inmortalidad del cangrejo” sino al pensamiento crítico y a deliberar sobre las cosas importantes.
No cabe duda, sin embargo, que para poder llevar adelante este ejercicio de “pensar por nosotros mismos” deben tenerse ideas previas adecuadas a la realidad y a la experiencia, y aceptar que el resultado de ese pensamiento crítico no es necesariamente placentero, sino que lo placentero es el acto de cavilar. Savater acertadamente afirma: “A los 20 años se piensa de una manera y a los 50, de otra. Si uno lee, va al cine, sigue atento la marcha del país… y sigue pensando invariablemente lo mismo es que no ha pensado nunca«.
Otro de los síntomas que evidencia la carencia del pensamiento crítico es que, en esta modernidad, prevalece la imagen y que esta le ha ganado terreno a la palabra. Aristóteles llega a afirmar que lo que hace al hombre diferente de otras especies es la palabra. En la actualidad las pantallas invaden cada momento y todos los espacios de nuestro quehacer, marcando el acontecer de la razón y reemplazando a la palabra como fuente de análisis. Estamos ahítos de mensajes de 160 caracteres y de videos y fotos en las redes, porque la única interacción realmente humana se ha perdido, ya que la conversación y el intercambio de ideas se han sustituido por un monólogo digital y por respuestas aisladas y preconcebidas que no permiten una discusión enriquecedoramente humana.
Esta ausencia de pensamiento crítico impacta no solamente en la falta de respuestas para conseguir el objetivo vital, sino que, naturalmente, nos aleja de él; y ese adocenamiento social se hace muy peligroso -y especialmente controvertido- en el ámbito político de la sociedad donde sus actores– carentes culposos o intencionales de pensamiento crítico – logran manipular a una masa informe que se convierte en una suerte de gavilla de fanáticos que es alentada a través de sus prejuicios y no en base a la razón.
¿Cómo explicar el motín del 6 de enero en Washington si no es determinando que la causa primera era una mezcla de fanatismo religioso con una ausencia total de elementos fácticos que justificaran ese grave atentado a la democracia norteamericana? Aquella era una horda inescrupulosamente manipulada, carente de pensamiento crítico y alentada por unas ideas ajenas sobre un fraude electoral inexistente que los persuadía de tener la misión “divina” de salvar a Norteamérica.
¿O cómo justificar que en Venezuela el presidente del poder Legislativo “encargado” del poder Ejecutivo tras una “interpretación” legal que declaró la ausencia absoluta del presidente constitucional sea el mismo sujeto que hace unas semanas atrás hablaba de la necesidad de estudiar la activación del referendo revocatorio contra el “ausente absoluto”? ¿Y cómo es eso que una vez conculcado hace unos pocos días el ejercicio de ese derecho se atreva el mismo sujeto a levantar su voz para reclamar que el “ausente absoluto” se niegue a contarse? Esa afirmación lo niega a él. Todo un galimatías. Ahora bien, esto no aguanta un análisis desapasionado, ya que solamente aplicando los principios de la lógica queda deconstruido en el mundo racional, pero lamentablemente, y empezando por el exdiputado, todavía hay mucha gente acrítica o de pensamiento ajeno que defiende esos planteamientos y reclamos como si fuesen unas ideas luminosas.
Nos toca estimular el pensamiento crítico, sobre todo en las nuevas generaciones, para ayudarlos a entender que todo bien es arduo y que mientras mayor es el “bien” es más arduo el conseguirlo, y que por eso, la consecución de la paz , la justicia o de la felicidad comportan un trabajo muy espinoso. Necesario es también que nos espoleemos en la duda para lograr formarnos un pensamiento propio en vez de simplemente aceptar lo que dicen otros. Será ese proceso cognitivo racional y reflexivo que implica analizar la realidad separada de nuestras preconcepciones y prejuicios -y frente a todos aquellos enunciados que otros etiquetan como verdades absolutas- el modo más idóneo que lograremos cultivar para conseguir una buena convivencia y para acercarnos cada día más al objetivo de ser más humanos.
@rodolfogodoyp