
9 de mayo, 2022
Por: Linda D´Ambrosio
El 8 de mayo de 2012 vio la luz mi primera columna en El Universal: una disertación acerca de la vigencia de Aprender a ser, un informe publicado cuarenta años antes por la UNESCO acerca de las prioridades que debían atenderse en el campo de la educación.
Al hacer las cuentas, la cifra me ha resultado relativamente modesta: 52 semanas al año, por 10 años, resultan unas 520 columnas. Medio millar, si, pero no parece un número significativo para referir las transformaciones que ha sufrido el mundo a través de la última década. Y, cuando digo mundo, pienso en el planeta, sí, pero también en esa porción doméstica y cotidiana que constituye la realidad de cada quien.
Pediré, pues, disculpas por detenerme en un asunto si se quiere personal. Pero, así como algunas parejas renuevan sus votos en ciertos aniversarios de bodas, quiero efectuar también un recuento de lo que ha significado esta columna para mí y de cuáles han sido mis motivaciones, para recordármelas a mí misma y reafirmar mi compromiso con ellas.
Hablaré, en primer término de la responsabilidad que supone escribir en un medio como este: con tan solo exponer ciertas ideas, se obtiene inevitablemente la posibilidad de influir en otros. Diré, pues, que, en este sentido, siempre he querido que prive la prudencia en cada uno de mis textos, respetando la objetividad, tratando de limitarme a hacer un recuento de los hechos o de los méritos de determinados personajes, evitando los juicios valorativos, porque, al fin y al cabo, mi opinión es solo eso, una opinión, y no tiene más peso que la de mis lectores.
He querido dirigirme siempre al público desde la humildad y el respeto. Y he visto en esta columna la posibilidad de tender puentes y de interactuar con insospechados seguidores, que en ocasiones han hecho nido en mi vida y se han quedado en ella para siempre.
Esta columna ha sido, así mismo, un vínculo con Venezuela, en donde no estoy físicamente desde hace 23 años. Viviendo en carne propia las heridas del desarraigo, ha sido ocasión para reflexionar sobre la migración, sobre la realidad de la diáspora, y ha sido un vehículo para mantener presentes en suelo patrio a tantos que han resultado embajadores informales de nuestra nación, haciéndole justicia a su trabajo e infundiendo esperanzas a quienes han optado por aventurarse en otras tierras, a la vista de los éxitos cosechados por sus connacionales.
He encontrado en este espacio un canal para compartir aquello que me ha resultado útil para manejarme en la vida, y he desplegado mis reflexiones, no desde la postura presuntuosa de quien sienta cátedra, sino desde la exposición sencilla de algunas ideas que he esperado que sean útiles y que se vieran retroalimentadas por los lectores.
Y he procurado no cargar las tintas en la realidad, a veces poca grata, que nos circunda, sino en las posibilidades, muchas o pocas, de enfrentarnos a ella.
He tratado, en suma, de servir a mi país desde donde he podido, desde donde me ha tocado y desde donde se me ha dado la oportunidad. Ningún propósito puede estar por encima de este.
Gracias a la mano sabia, paciente y alentadora de Miguel Maita, que me ha acompañado y nutrido a lo largo de estos diez años. A la presencia inspiradora de Elides Rojas, entonces Vice-Presidente de El Universal. A la confianza de la veterana Luli Delgado, quien me quiso conducir hasta esta puerta. Gracias a todos los que hacen posible que esta columna se publique cada semana.
No puedo responder de otra forma más que trabajando, investigando, reflexionando y reiterando mi voluntad de servir durante todos los años que tenga por delante.
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