
7 de noviembre, 2021
Por: Rodolfo Godoy Peña
Cuando se habla del polímata Juan Jacobo Rousseau, escritor, pensador, músico, botánico y filósofo suizo, se hace desde el punto de vista político y jurídico por su obra más conocida, “El Contrato Social”, donde desarrolla el concepto de la “voluntad general” como fuente de soberanía y legitimidad para el gobierno de los pueblos, ya que los hombres podían alcanzar la libertad y la igualdad en un Estado constituido por la voluntad de la mayoría.
De este talentoso pensador se soslaya lo que quizá es su más importante contribución social, como lo es su obra sobre pedagogía. Aun cuando su teorización política ha servido para dar sustento a la democracia moderna y la elección popular como fuente de organización social, la obra que más impacto tuvo en el proceso independentista latinoamericano fue, sin ninguna duda, su obra intitulada “Emilio o De la Educación”.
Para Rousseau el hombre es naturalmente bueno pero actúa en una sociedad corrupta que lo malea, por lo cual el autor propone un sistema para educar al hombre bueno en esa sociedad descompuesta. Esta obra terminada en 1762 fue disruptiva pues planteaba abiertamente ideas liberales y defendía que “todos” los hombres son iguales y que todos merecían ser educados de una nueva manera, lo que llevó a que la obra fuese quemada públicamente. El Emilio no solo fue el sustento metodológico del sistema educativo de la revolución francesa, sino que además cruzó los mares y permeó su contenido en la América colonial.
Uno de esos sujetos que hizo suyo el método de Rousseau fue el maestro Simón Rodríguez, quién puso en práctica esa guía educativa en un joven que sería determinante en la independencia, Simón Bolívar.
El Libertador era un muchacho rico, inquieto y vivaz con problemas de disciplina que no pudo adecuarse al rígido sistema educativo colonial. Fueron varios los eventos de la temprana educación del futuro héroe que dejan constancia de su inadecuación al sistema de tutores para su progreso escolar. La solución que consiguió su familia fue ponerlo al cuidado de Simón Rodriguez, joven educador venezolano embebido en las ideas revolucionarias y especialmente en la pedagogía de Rousseau.
Sobre el maestro Simón Narciso de Jesús Carreño Rodríguez y su origen de vida se ha debatido sobre si era hijo de un sacerdote católico, o si era expósito, y si por ello fue criado por el presbítero Carreño. En todo caso con el paso de los años reniega de su apellido paterno y asume el materno, pasando primero a conocerse como Simón Rodríguez y luego de haber sido encauzado por la corona española y haber huido a Jamaica, como Samuel Robinson.
A los 21 años el joven logra ser reconocido por el Cabildo de Caracas como maestro en una sociedad donde lo requerido para ocupar esa posición era ser alfabeto y tener conocimientos básicos de las cuatro operaciones matemáticas. Tres años después presentará a las autoridades su ensayo sobre la educación en la provincia de Caracas, donde desarrolla un diagnóstico de la situación y propone una metodología desde una perspectiva revolucionaria de lo que debería ser el modelo educativo en las naciones americanas partiendo siempre del principio de la igualdad de todos los hombres; y es que para Rodríguez la educación “para todos” no debía considerarse como el objetivo a alcanzar, sino como la base para iniciar el proceso educativo; pero este plan educativo fue rechazado por la Real Audiencia y por ello el maestro renuncia a su puesto.
Desafiará Rodríguez a la sociedad de castas coloniales explicando que lo que hace diferentes a los negros, mujeres e indios no son las condiciones biológicas sino la sociedad, todo lo cual pone en evidencia la gran influencia de Rousseau en el pensamiento del maestro. Simón Rodríguez propugna la idea del progreso social mediante la educación para lo cual son necesarias la independencia y la construcción de sistemas políticos democráticos, llegando a proponer no gastar más dinero en guerras, sino invertirlo en educación. La independencia se alcanza por medio de las armas pero la libertad se alcanza por la educación.
Es disruptivo Rodríguez cuando propone la educación popular con la inclusión de todas las personas sin distinción, y desarrolla el concepto de ciudadanía, no asociado como hasta su tiempo a la propiedad privada, sino sosteniendo que la ciudadanía se generaba por pertenecer a una república, de aquí que todo republicano debía ser educado. Tan disruptivo será el maestro Rodríguez que llega a decir: “En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas, primero porque así desde niños, los hombres aprenden a respetar a las mujeres y segundo las mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres. Se debe dar instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyan por necesidad ni hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”
En la ocasión de conmemorar el 252 aniversario del natalicio del maestro Simón Rodríguez es fecha propicia para insistir en la urgente y grave necesidad de formar “ciudadanos” éticos para nuestro país y reclamar el decidido apoyo del gobierno nacional a la labor educativa. La vida del Libertador y las enseñanzas recibidas de este pedagogo excepcional son prueba incontrovertible de la benéfica labor que puede tener un mentor en las juventudes, pero dejemos que sea el propio pupilo quién nos lo explique: “…Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado…”. Y continúa el Libertador con ese agradecimiento propio de los espíritus más elevados haciendo coparticipe de sus logros a su maestro: “…Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos…”
@rodolfogodoyp
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