
23 de julio, 2022
Por: Luis Fuenmayor Toro
Las distintas sociedades humanas se han estructurado a lo largo de decenas de miles de años en distintas regiones geográficas, bajo diferentes presiones ambientales, en condiciones de vida muy desiguales, con distintos tipos de contradicciones, que a lo largo del tiempo han literalmente creado seres muy diferentes incluso genéticamente, aunque todos manteniendo una base común presente que permite catalogarlos como individuos de una misma especie, pese a tener fenotipos bastante disímiles. Cuando nos adentramos en el campo psicológico, la situación se complica aún más y las diferencias de repente pueden antojársenos mayores que las identidades, lo cual no necesariamente es cierto pues existe una identidad de base mucho más determinante.
Podemos decir entonces que somos una gran diversidad dentro de una unidad que nos hace humanos. Esta conclusión se complica todavía más cuando entramos en el campo de las sociedades, de las naciones, de los grupos minoritarios dentro de éstas, en donde las diferencias se hacen más notorias y muchas veces antagónicas, lo que ha impulsado a los humanos a reconocer y establecer derechos que, en cierta forma, suponen una protección de aquellas cosas que nos son fundamentales para nuestra existencia y presencia en el planeta. Es así como se reconoce el derecho a la vida y a todo lo que la soporte, por encima incluso de los enfrentamientos colectivos e individuales más fuertes que pudieran existir, tanto coyunturales como estratégicos. Surgen así el derecho a la libertad, a la igualdad social, a la participación y muchos otros.
Pero estos consensos, que lucen como totalmente aceptados y asentados en la conciencia de la gente, usualmente no lo son ni están y, al chocar con los intereses de grupos sociales, económicos y políticos poderosos e intereses nacionales, tienden a sucumbir, incluso como controles de aquellas conductas que perjudican el futuro de nuestra especie, preocupación que debería ser fundamental para seres supuestamente racionales. Si esto es así para valores universales, no es nada raro que lo sea en mayor grado para valores que no han adquirido ese carácter universal, pese a las aspiraciones de los grupos afectados por supuestas o reales desigualdades. Estos temas son objeto de discusiones agrias, en ciertos grupos preocupados por los derechos ciudadanos.
Pensar que se puede sacudir a la sociedad con la aprobación de un paquete de leyes, que satisfaga las demandas existentes sobre estos aspectos es absurdo e irreal. Si se quiere proceder positivamente se debería iniciar con acuerdos en aquellos temas de mayor consenso: la legalización del uso terapéutico de la mariguana y la del aborto en determinadas circunstancias. Esto permitiría avanzar en otros aspectos, entendiendo que no necesariamente todas las demandas van a ser ni deben ser complacidas. Y que las decisiones a que se llegue no tienen por qué copiar las de otros países, como tampoco es obligatorio que otras naciones nos tomen como el ejemplo a seguir. No proceder de esa forma, atropellar imponiendo criterios no consensuados, conducirá a retardar decisiones que personalmente creo que deben ir siendo tomadas.
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