
22 de agosto, 2021
Por: Rodolfo Godoy Peña
El pueblo afgano tiene 100 años en guerra. Por ser el “tapón” de Asia se ha visto sometida desde su creación como nación a feroces fuerzas imperiales que van desde el hecho de haber sido despojada de su integridad territorial hasta ser permanentemente amenazada desde el siglo XIX por tener fronteras con Pakistán (antiguo imperio británico), con Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, todas ellas naciones en algún momento bajo la égida de la Unión Soviética como naciones heredadas del imperio zarista, y por lo cual fue en la época colonial parte de la disputa entre esos imperios. Luego la alcanzó la guerra “fría” -que en ese territorio fue caliente- desatando una guerra civil que duró más de 15 años para terminar, finalmente, siendo víctima de la invasión de los países de la OTAN liderados por los Estados Unidos en respuesta a los brutales ataques de septiembre del año 2001.
A pesar de ello el pueblo afgano ha logrado resistir a todos los imperios desde tiempos tan remotos como las invasiones mongolas de Gengis Khan, y ha ido expulsando de su territorio, uno a uno, a los extranjeros que han intentado someterlo. Según David Isby, autor del libro “Afganistán: Cementerio de Imperios” la causa de los fracasos en ese país ha sido “culpa de los mismos imperios invasores, de la patología imperial y de sus limitaciones… /… los imperios, sea el soviético, el británico o el estadounidense no han mostrado flexibilidad al lidiar con Afganistán”. Para Isby las derrotas sufridas por los británicos y los soviéticos fueron el punto de inflexión para la disolución de estos y, en ambos casos, fue el principio del final para ambas potencias imperiales. Según la teoría cíclica del desarrollo de las civilizaciones del erudito Arnold J. Toynbee en su enciclopédica obra “A Study of History” se apunta que la caída de los imperios se sucede cuando estos no son capaces de enfrentar los desafíos que se le presentan.
Los imperios tienen un ciclo de vida similar a los organismos vivos que nacen, crecen, se reproducen y mueren; y así ha sido desde el principio, cosa que no pareciera que fuese a cambiar con respecto al ciclo vital imperial. Las formas pueden ser distintas porque en tiempos pretéritos los imperios se empeñaban en el dominio territorial, intentando asimilar las poblaciones conquistadas al modo de vida de los imperios; y los más exitosos en esto – por su duración – fueron los romanos. En la época moderna la influencia imperial es de carácter digital, económico, monetario, político, que más que de asimilación cultural donde las sociedades conquistadas van adquiriendo elementos sociales de los conquistadores, ahora es de “alienación”; y una alienación que supera al concepto marxista porque es la pérdida de la personalidad, de la identidad de un colectivo, por sustitución de métodos que le son ajenos a su propia idiosincrasia. Se trata de una igualación de modos de vida, de un rasero colectivo que desconociendo y extinguiendo lo que hace identitaria a cada sociedad, pretende de ese modo imponer una “manera” de ser y de ver la vida que sirva para toda la humanidad y que busca el sostenimiento de los neo-imperios amparados en lo que se denomina la “aldea global”.
Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural único, y el avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero que procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres haciéndolas más vulnerables y dependientes.
Toynbee en su obra “El cristianismo entre las religiones del mundo” para exponer lo que significa la «amenaza» bolchevique a la civilización occidental introdujo el elemento religioso / espiritual; y así la guerra fría se sintetizaba en una lucha que se daba entre la herejía materialista marxista contra la herencia cristiana espiritual de Occidente, habiéndose aprovechado el marxismo del debilitamiento de esa herencia por un arrollador proceso de secularización. Esta teoría fue puesta a prueba en el caso de Afganistán porque para enfrentar al régimen comunista que se había impuesto en ese país en 1978 el gobierno norteamericano aupó y financió a los grupos religiosos denominado “muyahidines”, personas que luchan por su fe, que hacen la guerra contra el infiel, como factores subversivos para el derrocamiento del régimen y que son el origen del grupo talibán; y si bien los Estados Unidos logró la caída del régimen comunista, éste fue sustituido por fanáticos religiosos como no podía ser de otra manera.
Samuel Huntington, retomando los trabajos previos de Toynbee, va más allá y en su trabajo “Choque de Civilizaciones” teoriza cómo las religiones serán la primera causa de guerras futuras, por supuesto en el marco de cada civilización. No como guerras teológicas sino como sociedades formadas alrededor de principios religiosos que han dado su perfil a cada una de las civilizaciones actuales, que según el autor son nueve, porque para Huntington, de todos los elementos objetivos que definen las civilizaciones, el más importante suele ser la religión.
De modo que intentar la sujeción de naciones de diferentes civilizaciones a través de la fuerza, como lo ha demostrado la OTAN en Afganistán, está destinada al fracaso. Estados Unidos y sus aliados quisieron hacer las cosas a su manera y han intentado imponer sistemas políticos y sociales ajenos – cuando no contradictorios – , a las civilizaciones que intentan doblegar sin entender que cada una de ellas cuenta con sistemas de valores significativamente diferentes. Este esfuerzo está condenado al descalabro y a nuevas guerras como lo demuestra la tragedia afgana.
Occidente ya tiene bastante con lo cual lidiar en su propia civilización como para intentar exportar su modelo. En general, debe atender a ese crecimiento de la ultraderecha que amenaza de guerras internas a los países occidentales, con base en un fanatismo político cuasi religioso que debe ser conjurado para poder hacer posible la convivencia en paz. Por su parte, y específicamente, Estados Unidos debe bregar con las amenazas a su democracia y al descrédito que han sufrido sus instituciones producto de los recientes eventos electorales, e inclusive, a los intentos de terrorismo domésticos; a todo lo cual hay que sumar, luego de la salida de Occidente de Afganistán, y como consecuencia lógica de la derrota sufrida, el temor de un recrudecimiento del terrorismo a nivel global esparcido como revancha por el fundamentalismo islámico.
@rodolfogodoyp
El Reporte Global, no se hace responsable de las opiniones emitidas en el presente artículo, las mismas son responsabilidad directa, única y exclusiva de su autor.